lunes, 31 de mayo de 2010

Lo que yo pienso y lo que a mí me parece

Un buen ejercicio de humildad es contar cuántas veces dices la palabra "yo" cada vez que abres la boca para decir algo. Un buen día me lo propuse y el resultado fue de unas veinte veces.
Teniendo en cuenta que hablé con unas diez personas a lo largo del día, tocarían a unos dos "yoes" por persona. 
Además, no es sólo el número de veces sino que la posición de la oración donde aparece el pronombre de marras suele ser bastante privilegiada: decimos "Yo" y luego el resto de la frase, como si esa introducción fuera algo inevitable en nuestro discurso. ¿No os suena lo siguiente?: "Yo, una vez, ...", "Yo diría que...", "Yo pienso que ...", etc.
Esto me lleva a pensar lo siguiente: ¿realmente hablamos para comprender a la otra persona? ¿o sólo queremos contar nuestras experiencias, siendo el discurso del interlocutor un simple hilo conductor?


En el genial libro "7 hábitos de la gente altamente efectiva" ,de Stephen Covey, hay un capítulo que trata este asunto y resume con gran precisión y elocuencia mi pensamiento al respecto. Fue una grata sorpresa leer este párrafo, con el que coincido plenamente:

La mayoría de las personas no escuchan con intención de comprender, sino para contestar. Están hablando o preparándose para hablar. Lo filtran todo a través de sus propios paradigmas, leen su autobiografía en las vidas de las otras personas.

Lapidario.
Y me impacta tanto porque justo cuando lo leí sentí una bofetada, como si alguien me hubiera observado mientras hablo y me hubiera descrito. Así que pensé que sería una buena idea dejar de hablar de mí y practicar lo que S. Covey describe como la "escucha empática". Esto es interesarse de verdad en lo que tu interlocutor te está transmitiendo. Concentrar tu atención en las sensaciones y emociones que te transmite en lugar de en qué vas a decir después puede llegar a ser algo más completo, porque sólo así entiendes de verdad su experiencia. Y sólo así podrás decidir si contestar con algo que de verdad sea relevante para el interlocutor en lugar de castigarle con "lo que a tí te parece" o lo que "tú piensas". Ten en cuenta que no siempre hay que responder con palabras; no necesariamente una respuesta tiene que ser hablada: una sonrisa, una mirada o un gesto de apoyo pueden ser más elocuentes que cualquier discurso.

Por eso, la próxima vez que hables con alguien, hazte un favor a ti mismo y a tu compañero y escúchale de verdad. Merece la pena.


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